◄ BACK

Test

SAN CANES

Prólogo

¡La reputa que te parió!

El sonido seco de violentas patadas contra el metal interrumpió la paz de la ruta bonaerense. Entre groserías y gruñidos desesperados, un husky siberiano, vestido en campera de cuero roja y con un cigarrillo ya olvidado en la calle de tierra, se sostuvo la cara frente al capó del Chevy destartalado.

Era un pintoresco amanecer de rosas pálidos y nubes desplazándose al horizonte, pero la mirada de Viktor estaba fijada en otra cosa. El estado paupérrimo de su auto, que agonizaba al intentar arrancar.

¿A quién carajo le iba a pedir ayuda? ¿A algún mecánico extremadamente bondadoso y conveniente? ¿A Dios? ¿A algún loco escondiendo cuerpos en el descampado? No podía simplemente llorar por la leche derramada, o en este caso, el goteo de aceite que teñía el camino de pequeñas manchas negras. Tenía que avanzar, así es la vida.

No obstante, el mayor obstáculo de Viktor no era arrastrar su coche hasta la próxima estación de servicio u estacionamiento público. Era saber en qué punto del mapa estaba. Solo podía ver caminos de tierra y pastizales que opacaban la vista del campo.

Pese a todo, abrió la puerta del lado del conductor y contuvo el aire. En un arranque de fuerza, empujó y empujó, con el auto —a lo mucho, moviéndose unos centímetros.

Viktor quería subirse al techo del auto y romper cada una de las ventanas con su frente, pero se tragó sus frustraciones y siguió empujando.


Ya pasada una cantidad de horas desconocida para Viktor, su brazo ya estaba adolorido y sus piernas temblaban como gelatina. El amanecer se tornó en un cálido atardecer, y era recién que Viktor paró a observar el cielo y darse cuenta. Tomó una bocanada de su cigarrillo, el último de la caja, y se apoyó contra la misma puerta por la que estaba empujando el auto.

El camino se había tornado más frondoso, con árboles brotando algunas hojas y una brisa levemente acariciando su pelaje. Respiró hondo, tomando un poco del aire fresco, y sus hombros se destensaron.

Giró la cabeza hacia lo que parecía ser un fierro clavado en la tierra. Si bien no se le hacía raro, su visión se dirigió al suelo rodeando dicho fierro, donde yacía una chapa rectangular y cubierta de manchas de óxido.

No pudiendo evitar saciar su curiosidad, Viktor se dirigió hacia esta, y la tomó de entre el pasto sin cortar. Pese a la pintura quebrada, era fácil leer lo que decía: “San Canes, 0,5 km,” sumado a una flecha que marcaba su derecha.

El husky arqueó una ceja. ¿San Canes? Jamás escuchó de un lugar con ese nombre, ni siquiera entre conversaciones de bar o en las noticias. Este miró con más detalle a la arboleda, notando que la luz se difuminaba entre esta, decidió seguir empujando el auto, ahora cambiando de rumbo.

En poco tiempo, el camino, que ahora iba en zigzag, se esclarecía más y más. Un olor a tierra húmeda llenó su nariz, y el sonido de chicharras y el distante conversar de gente le era inconfundible. Frente a él, un pueblo entero estaba colina abajo, con lo que parecían ser edificios y casas de barrio, rodeando una laguna que se perdía entre más fresnos y robles.

—¿San Canes, eh? —se preguntó a sí mismo, con una voz ronca y grave.

Viktor ya encontró su próxima parada.