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Nota del autor:¡Buenas! Hice una version separada del css por si quieren leer mis historias sin todo el ruido visual de la página. ¡Espero les guste!

SAN CANES

Prólogo

¡La reputa que te parió!

El sonido seco de multiples patadas contra el frío acero del auto interrumpió la paz de la ruta bonaerense. Entre groserías y gruñidos de desesperación, un husky siberiano, distinguido por su campera de cuero roja, se sostuvo la cara frente al capó del Chevy destartalado. Su cigarrillo, aún humeante, yacía olvidado en la calle de tierra.

Era un pintoresco amanecer de tonos rosas y nubes desplazándose al horizonte, pero la mirada de Viktor estaba fijada en otra cosa: el estado paupérrimo de su auto, que audiblemente agonizaba al intentar arrancar.

¿A quién carajo le iba a pedir ayuda? ¿A algún mecánico extremadamente bondadoso y oportuno? ¿A Dios? ¿A algún asesino serial escondiendo cuerpos en el descampado? No podía simplemente llorar por la leche derramada, o en este caso, el goteo de aceite que teñía el camino de pequeñas manchas negras. Tenía que seguir, la vida es así.

No obstante, el mayor obstáculo de Viktor no era arrastrar su coche hasta la próxima estación de servicio, esté donde esté. Era saber en qué punto del mapa se encontraba él. Solo podía ver caminos de tierra y pastizales que opacaban la vista del campo, y no habían otros autos pasando en la zona.

Pese a todo, abrió la puerta del lado del conductor y contuvo el aire. En un arranque de fuerza, empujó hacia adelante, con el auto —a lo mucho, moviéndose unos centímetros.

Viktor quería subirse al techo del auto y romper cada una de las ventanas con su frente, pero se tragó sus frustraciones y no perdió el tiempo.


Ya pasada una cantidad de horas desconocida para él, su brazo se encontraba adolorido y sus piernas temblaban como gelatina. El amanecer se tornó una tarde azul que atentaba con convertirse en atardecer, y Viktor recién se paró a observar el cielo y darse cuenta. Tomó una bocanada de su cigarrillo, el último de la caja, y se apoyó contra la puerta.

El camino se había tornado más frondoso, con varios árboles brotando algunas hojas y una brisa levemente acariciando su pelaje. Respiró hondo, tomando un poco del aire fresco del campo. Por primera vez en el día, logró destensar sus hombros.

Giró la cabeza hacia lo que parecía ser un fierro clavado en la tierra. Si bien no se le hacía raro, su visión se dirigió al suelo rodeando dicho fierro, donde yacía una chapa rectangular y cubierta de manchas de óxido entre el largo pasto.

Queriendo saciar su curiosidad, Viktor se dirigió hacia esta, y la sostuvo en sus manos. Pese a la pintura quebradiza, era fácil leer lo que decía: “San Canes, 0,5 km,” sumado a una flecha que marcaba la derecha.

El husky arqueó una ceja. ¿San Canes? Jamás escuchó de un lugar con ese nombre, ni siquiera entre conversaciones de bar o en las noticias. Este miró con más detalle a la arboleda, notando que la luz se difuminaba entre los troncos y las hojas, decidió seguir empujando el auto, ahora cambiando de rumbo.

En poco tiempo, el camino, que ahora iba en zigzag, se esclarecía más y más. Un olor a tierra húmeda llenó su nariz, y el sonido de chicharras y el distante sonido de humanidad le era inconfundible. Frente a él, un pueblo entero estaba colina abajo, con lo que parecían ser edificios y casas de barrio, rodeando una laguna que se perdía entre más fresnos y pinos.

—¿San Canes, eh? —se preguntó a sí mismo, su voz rasposa.

Viktor ya encontró su próxima parada.